Fiebre de desolación

Mi habitación luce amarilla como la fiebre

Tiene escalofríos, tirita y delira rodeada de fantasmas y espejos

Sus paredes se cuartearon por la seca deshidratación

Nos hemos vuelto uno, mi habitación y yo, luego de esta lacerante fiebre de indiferencia

La puerta cerrada, no pasa nada ni nadie, por su angosta garganta inflamada

El suelo está inerte y pálido y amarillo, como mi piel

Nos estamos pisando constantemente para poder justificar el síntoma de la desafección

Ahora la comprendo, a mi habitación, siempre tan callada, fría y distante

Como anticipando el sufrimiento, esta fría fiebre de abulia

Los enseres petrificados sudando el mal

La amarilla luz de la mesita de noche tan apagada como mis ojos febriles

Aquella ventana, pedazo de verde, azul y salitre

Exhalando un vaho a cansancio, un fétido aliento a no hay amor

En el armario cuelga una famélica percha de alambre salado

Y en sus gavetas una solitaria pastilla de alcanfor usurpa el lugar de la fina lencería

Quién nos habrá contagiado este mal ocre?

La cama está empapada, pero no de ansias, de un sudor frío y apático, de hiel

Toda mi habitación duele, hasta su aire

Esta enfermedad no es nueva, ya la habíamos padecido mi habitación y yo

Pero no creo que esta vez salgamos vivos de esta fiebre de desolación

2 comentarios en “Fiebre de desolación

    • Sí amigo Álvaro, como diría mi compatriota Juan Luis Guerra, «me sube la bilirrubina…», pero al final todos necesitamos esos momentos de catarsis, es la única manera de trascender. Gracias por tus versos y por tu energía. Me agrada leer tus crónicas.

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