La cabeza con redecilla

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En el autobús de hoy, iba sentada delante de mí una muchacha a la cual sólo podía ver la cabeza. Me resultó un poco extraño que luciera una redecilla en lugar de tener el pelo suelto; aunque antes he observado ese tipo de costumbres en las mujeres de nuestro país, me pareció hasta osado que utilizara el artefacto en el reducido habitáculo público. Viendo fijamente el conjunto que se alzaba unas cuantas pulgadas por encima del espaldar del asiento, ahora abstraído por el objeto más que por el hecho en sí, pensé en la estética de todo aquello. ¿Es bella la cabeza de esta mujer con redecilla?

Por definición, la belleza es la propiedad de las cosas que nos hace amarlas, infundiendo en nosotros deleite espiritual. Desde ese punto de vista, y en específico para mí, la cabeza a la que me refiero, digamos que se llama Brisa, no es bella. Pero sería injusto, e incluso precipitado, hacer esta valoración parcializada de la cabeza de la mujer que incluso cerró cordialmente la cortina de su ventana para que el sol no me molestara. Además, esta apreciación es muy subjetiva, ya que lo que no es bello para mí podría serlo para otro. De hecho, el nombre que hemos diligenciado para Brisa quizás no sea del gusto de muchas personas.

Lo bello también es relativo. Pensemos en las mujeres Padaung del norte Birmania, quienes a pesar de lo doloroso e incómodo se colocan aros en su cuello para alargarlos. Para ellas, ser una mujer de cuello largo es sinónimo de belleza. Lo mismo ocurre con los Zapatos de Lotto, costumbre china donde las mujeres se vendan los pies para transformarlos en pequeños miembros infantiles. Tanto para una como para la otra, los cuellos extremadamente largos y los pies considerablemente pequeños son bellos.

Si nos olvidamos del sedoso y abundante pelo de Brisa, del color oro que no me interesa saber si es natural o no, en fin, de lo que parece ser una hermosa cabellera de revista de modas, y observamos cuidadosamente la redecilla, el elaborado tejido cuadriculado de la fibra, la manera en que se amalgama con el pelo, la forma de copa invertida que dibuja, lo compacto del diseño, quizás podríamos considerarlo bello. ¿Pero seguiría esto siendo la cabeza de Brisa? ¿Seguiría yo viendo la cabeza de una mujer o una creación artística? ¿Sería bello el cuadro de La Mujer del Sombrero de Manet, sin el sombrero?
Por otro lado, si analizáramos la cabeza de Brisa desde un ángulo sociológico, considerando el hecho de que luce una redecilla donde no se acostumbra, más aún, donde puede ser considerado ridículo, podríamos clasificar nuestra valoración estética como grotesca, fea o incluso cómica.

Pero, ¿qué es belleza en la cabeza de Brisa? ¿Es pelo corto, largo, lacio, crespo, sería belleza que tenga color negro o rojo, que llegara hasta la cintura? ¿O quizás sería bella con un sombrero, con una gorra deportiva, peinado el cabello hacia el lado derecho, hacia atrás? ¿Sería bella la cabeza de Brisa si no tuviera cabello en absoluto? Exacto, todo dependería de nuevo de la subjetividad con que valoráramos su belleza. La moda, por ejemplo, sería un elemento de juicio importante a la hora de estimar la belleza en la cabeza de Brisa.

Un elemento que no se debe obviar en este cuestionamiento es el atractivo sexual que puede significar el pelo de una mujer en el hombre. La belleza para el macho es fertilidad, de esta manera, los ojos, la boca, el cuello, los senos, los glúteos, las piernas, el cuerpo en general es un contingente armado para lanzar la primera ofensiva visual hacia el macho. Una mujer que no muestre su pelo, sea mucho o poco, negro o rubio, crespo o liso, está ocultando uno de sus atributos básicos, ese que denota que es una hembra sana y dispuesta a prolongar la especie. Esta hembra está desaprovechando el poder de una de las armas más dinámicas de su cuerpo. Un arma que se maneja a su antojo, que se puede adaptar a las condiciones del ambiente, que puede servir de escudo y de provocación, que puede convertirse en una gran cola hacia atrás para mostrar franqueza, o en una pollina para denotar timidez y lozanía, o quizás en un simple mechón a un lado de la cara para expresar encanto. Una mujer que juegue con este mechón entre sus dedos, podría incluso significar mucho más. Por eso, desde este punto de vista Freudiano, quizás la mujer con el pelo suelto puede representar más belleza que aquella que lo oculta. A menos que esta use un sustituto de la belleza del pelo, un accesorio que haga juego con su cabeza, otra arma secreta que llame la atención del macho. Como lo es el caso del sombrero que mencionamos anteriormente.

Entonces, ¿sería bella la cabeza de Brisa con redecilla?
Al igual que Platón, creo que la belleza es una idea independiente a los elementos bellos que nos rodean. En ese sentido, no sólo es bello lo que causa un determinado placer sensual, también es bello aquello que provoca admiración, que fascina y agrada en cualquiera de sus formas. Asumiendo ese enfoque del maestro, ¿Acaso no sería belleza el hecho de que Brisa, teniendo una hermosa cabellera que lucir, use una humilde redecilla sin importar los prejuicios sociales? La humildad o en su defecto, el coraje, son indiscutiblemente actitudes bellas y loables en el ser humano.
Alguien dirá: pero aquella exhibición de humanismo podría ser consecuencia de poca educación, de maneras burdas, de poco gusto.
También es cierto.
Lo que me lleva a pensar, que la belleza platónica podría desviar nuestra atención, llevándonos indefectiblemente a una valorización de Brisa como ser humano, todo su cuerpo y sus emociones, sus acciones, no la cabeza que yace sepultada bajo una intrigante redecilla. Nuestro objeto en cuestión.

Entonces, ¿es bella la cabeza de Brisa con redecilla?
Término con la siguiente frase de  David Hume:
«la belleza está en el ojo del observador».

 

Las Musas de hoy

Mi escritorio

Desde tiempos inmemoriales, Las Musas han venido acariciando suavemente con sus dedos de diosa las neuronas de nuestros cerebros, creando una sinapsis perfecta,  una catarsis, un estro que nos domina y nos hace crear grandes obras.  El amancebamiento entre las Musas y el pensamiento creativo es histórico, una especie de contubernio donde ambas partes se necesitan irremediablemente y son dependientes el uno del otro, como la flor y la abeja o La Viuda Negra y su micro amante o el desierto y la lluvia.

Para nosotros los escritores, Las Musas son imperiosamente vitales. No ha existido uno que no haya copulado con una de ellas antes, durante o después de mojar el papel con la tinta de esta lujuria adictiva. No importa si somos hombres o mujeres, si somos pobres o ricos, bellos o feos, ellas acuden a nosotros solicitas para saciar nuestro deseo de pro-crear, sin discriminación, open minded. Pero cuidado, Las Musas son caprichosas. Nuestros deseos no siempre son correspondidos. Tenemos que cautivarlas y enamorarlas, rendirlas tributo, un sacrificio por cada idea, verso, argumento, imagen, nota musical o señal de creatividad que aflore a nuestras mentes «frágiles y  endebles».

Ya lo hicieron los grandes como Homero cuando las invocaba en la Odisea, «Cuéntame, Musa, la historia del hombre de muchos senderos, que, después de destruir la sacra ciudad de Troya, anduvo peregrinando larguísimo tiempo». O quizás Virgilio en la Eneida, «Cuéntame, Musa, las causas; ofendido qué numen o dolida por qué la reina de los dioses a sufrir tantas penas empujó a un hombre de insigne piedad, a hacer frente a tanta fatiga. ¿Tan grande es la ira del corazón de los dioses?» O Dante en su Divina Comedia,  «¡Oh musas, oh altos genios, ayudadme! ¡Oh memoria que apunta lo que vi, ahora se verá tu auténtica nobleza!» O Shakespeare en el prólogo de Enrique V, «Quién me diera una musa de fuego que os transporte al cielo más brillante de la imaginación; príncipes por actores, un reino por teatro, y reyes que contemplen esta escena pomposa».

El idilio es incuestionable. Las hijas de Zeus y Mnemósine son la luz que ilumina nuestras conciencias, ya sea en la forma de una dulce Ninfa, o en la de una poderosa Nereida, en el voluptuoso cuerpo de una Náyade o en la ocre hermosura de una Oréades. A lo largo de la historia, muchos han sido bendecidos con su magia, coronados con una eterna aureola sobre el hemisferio izquierdo de su músculo pensante. A pesar de eso, otros no han tenido esa suerte, y ellas, las Musas, pérfidas y traviesas cuando son tocadas por la música de los Sátiros, luego de embelesarlos con su amor, los abandonan en un limbo infinito de despecho. Es en este mundo que habitan los que huyen del talento natural. También están esos que por más sacrificios que hicieron en honor a ellas, nunca se merecieron su afecto.

Así lo hemos aprendido de nuestros grandes maestros.  A ellas les rezamos en la soledad del parto intelectual los escritores de ahora, aunque invocándolas con otros nombres y utilizando diferentes artilugios. Porque ellas, las Musas de hoy, son más funcionales y menos románticas. Inmortales al fin, han tenido que adaptarse a los tiempos modernos.

Hoy, por ejemplo, muchos las llaman inspiración. Hoy no se hacen libaciones con agua, leche o miel, sino con vodka, ron, vino o en su defecto marihuana. Las Musas de hoy se han transmutado. No se parecen en nada a las dulces Ninfas o a las poderosas Nereidas. Los escritores de hoy las encuentran más fácilmente observando un bello atardecer o escuchando el dulce arrullo de las olas en una playa escondida del Caribe. El voluptuoso cuerpo de una Náyade la pueden ver en el cuerpo de la modelo desnuda, y la ocre hermosura de una Oréades en una cabaña del bosque. Las Musas de hoy se convierten en cualquier cosa para encantar a sus fieles y obsequiarlos con su divinidad. De manera que, estas diosas de la inspiración pueden ser desde un disco de Pink Floyd hasta un estudio lleno de libros. Particularmente conozco algunos escritores de esta época que las han encontrado convertidas en un café de una ciudad colonial, en una fiesta rave o en una simple cama. Así como los escritores de ahora se han volcado hacia lo personal y lo urbano, así las Musas de ahora se han adaptado a los cambios sociales. Si buscamos bien, las podemos encontrar cocinando, en la oficina y hasta haciendo el amor.

Particularmente yo, las amo a todas. Y por esa razón, quizás, no me han abandonado nunca. Las encuentro en todos lados, representadas en cualquier cosa. La última vez que vi a una de ellas llegó a mí en forma de iphone. De hecho, sus hermanas  Mac y yo somos inseparables. Pero también las he conocido en las piernas de mi primera novia, en medio de un bosque, flotando en un río, en una parada de autobús, conduciendo por horas en una carretera vacía, en el balcón de un apartamento en la ciudad capital, en un niño pobre limpiando mis zapatos, en medio de la soledad, a las cuatro de la madrugada, con cuatro o cinco tragos de vodka, montando en mi bici, y aunque no lo crean, en mi escritorio.

Las Musas de ahora son más fáciles de encontrar que las de antes. De hecho son media putas. Si quieren comprobarlo, compren una botella de buen vino, vayan a una playa solitaria y luego de varias copas dedíquense a contemplar con detenimiento el movimiento del mar. Les prometo que van a ver a alguna danzando desnuda encima de las olas. Si no la ven, son de esos que no merecen su amor.

Los Bonsai y la literatura

Esta mañana estaba contemplando uno de mis bonsai, su pequeñas ramas, sus hojitas, sus delicadas raíces, y como siempre, en un momento dado sentí que estaba completamente absorto de lo que me rodeaba, enfocado solamente en el pequeño árbol, inmerso en una profunda meditación que se sustentaba en mi respiración y la contemplación de aquella caprichosa miniatura llena de vida. Dentro de mi profundo aislamiento puede apreciar aún más las bondades de mi criatura: su aspecto de árbol grande, su verdor, la rugosidad de sus ramas, la tozuda verticalidad de su tallo, su sinuosidad, las diminutas hojas caídas sobre la insignificante parcela de tierra, el moho alrededor de sus raíces, la perfecta armonía de sus partes; al mismo tiempo sentí la impresión de estar frente a una inmensa planta longeva, una gran Secuoya, o un robusto Drago, que lo ha visto todo, llena de poder y sabiduría, un pequeño Yoda salido de Star Wars. Su gracia para incorporarse a todo lo que lo rodea, al resto del jardín, en unidad total, pero al mismo tiempo el grado de exclusividad que ostenta su presencia, una omnipresencia de la que es muy dificil escapar cuando se le observa. Pero lo que más me afecta es su minimalismo, su brevedad, esa condición de ser grande en lo pequeño, de estar completo. Esta cualidad es lo que define a un verdadero bonsai. Al llegar a este punto saltó a mi mente abstraída, como por ósmosis,  los géneros narrativos de cuento, minificción y novela. Mientras observaba ensimismado mi bonsai no pude dejar de establecer un link entre estas miniaturas y lo que escribo. Y es aquí que llegamos al punto alfa de mi meditación en esta mañana lluviosa. Aunque me gusta la idea de hacer de esto un ensayo, voy a tratar de mudar las percepciones que experimenté en ese momento sin hacer muy extensa mi entrada de hoy, voy a tratar de aplicar lo que vi, de ser un bonsai. Un verdadero bonsai debe ser considerablemente reducido, lo que no quiere decir insignificante. Un verdadero bonsai debe ser conciso, breve, preciso, lacónico si se quiere. En un verdadero bonsai no puede haber ripios de más, sólo lo estrictamente necesario, su naturaleza nace en función de su brevedad. Lo que tampoco quiere decir que su existencia sea efímera. La belleza de un verdadero bonsai radica en el ahorro de los elementos ornamentales, en la erradicación de los bultos innecesarios. Lo mismo ocurre con la buena literatura. Tanto el cuento como la novela deben cumplir con esta inviolable regla estructural. Decir lo que se quiere con las palabras exactas. Ya se sabe que el cuento es la narración de un sólo hecho, nada más. El argumento, los personajes, el final, es sólo la maceta en la que debe crecer este vegetal literario. Por eso la concisión es parte esencial en todo cuento. Esta característica fundamental es lo que lo diferencia de otros géneros, como la novela. En esta podemos ser más extensos, podemos experimentar, improvisar, salir y entrar, abundar por el mero placer estético, siempre y cuando lo que escribamos tenga una justificación para pertenecer al todo. La minificción e incluso géneros más líricos como los Haiku, no escapan a esta realidad. En estos, a parte de la concisión de lo narrado, es indispensable la brevedad. Estos microgéneros son de hecho la más viva encarnación de lo que debe ser un verdadero bonsai. Al observar a mi bonsai esta mañana, comprendí la estrecha relación entre esta soberbia manifestación de la naturaleza y la buena literatura . Un buen cuento, minificción e incluso una novela, debe ser como un bonsai. No debe sobrar nada. Así como en un verdadero bonsai no deben haber ramas innesarias, ornamentos inútiles, en el caso de la literatura no debemos caer en lo reiterativo, no debemos permitirnos el lujo de dejar ripios sueltos. Un bonsai es armonía, es balance, es belleza, sin residuos. Un cuento, una minificción o una novela es lo mismo. Si la exprimimos no debería salir ni una sola palabra de más. Al igual que la literatura, el bonsai no se debe a un hecho fortuito de la madre naturaleza, la mano creadora de un hombre o mujer es imprescindible para su crecimiento. Así como amarramos un alambre al tallo y a las ramas principales de un bonsai para moldear la forma y el tamaño que queremos, así en la confección de una pieza narrativa tenemos que asirnos del argumento principal, del leitmotiv que nos mueve. Así como podamos, picamos y abonamos nuestro bonsai para que crezca como tal, así tenemos que hacer indefectiblemente con nuestra narrativa para poder llegar a la tan codiciada palabra «fin». La pasión vertida en ambas creaciones es inherente al hecho creador en sí. Esto no es cuestionable.

Podría seguir estableciendo similitudes entre los bonsai y los géneros narrativos que he mencionado, pero caería en el fatal error de hacer esta entrada más larga de lo debido, de adornarla demasiado, y ese no es el objetivo. Prefiero seguir contemplando mis bonsai,  o quizás regarlos con agua fresca, ya les toca. A propósito, creo que tengo que podar algunas ramas