Esta mañana estaba contemplando uno de mis bonsai, su pequeñas ramas, sus hojitas, sus delicadas raíces, y como siempre, en un momento dado sentí que estaba completamente absorto de lo que me rodeaba, enfocado solamente en el pequeño árbol, inmerso en una profunda meditación que se sustentaba en mi respiración y la contemplación de aquella caprichosa miniatura llena de vida. Dentro de mi profundo aislamiento puede apreciar aún más las bondades de mi criatura: su aspecto de árbol grande, su verdor, la rugosidad de sus ramas, la tozuda verticalidad de su tallo, su sinuosidad, las diminutas hojas caídas sobre la insignificante parcela de tierra, el moho alrededor de sus raíces, la perfecta armonía de sus partes; al mismo tiempo sentí la impresión de estar frente a una inmensa planta longeva, una gran Secuoya, o un robusto Drago, que lo ha visto todo, llena de poder y sabiduría, un pequeño Yoda salido de Star Wars. Su gracia para incorporarse a todo lo que lo rodea, al resto del jardín, en unidad total, pero al mismo tiempo el grado de exclusividad que ostenta su presencia, una omnipresencia de la que es muy dificil escapar cuando se le observa. Pero lo que más me afecta es su minimalismo, su brevedad, esa condición de ser grande en lo pequeño, de estar completo. Esta cualidad es lo que define a un verdadero bonsai. Al llegar a este punto saltó a mi mente abstraída, como por ósmosis, los géneros narrativos de cuento, minificción y novela. Mientras observaba ensimismado mi bonsai no pude dejar de establecer un link entre estas miniaturas y lo que escribo. Y es aquí que llegamos al punto alfa de mi meditación en esta mañana lluviosa. Aunque me gusta la idea de hacer de esto un ensayo, voy a tratar de mudar las percepciones que experimenté en ese momento sin hacer muy extensa mi entrada de hoy, voy a tratar de aplicar lo que vi, de ser un bonsai. Un verdadero bonsai debe ser considerablemente reducido, lo que no quiere decir insignificante. Un verdadero bonsai debe ser conciso, breve, preciso, lacónico si se quiere. En un verdadero bonsai no puede haber ripios de más, sólo lo estrictamente necesario, su naturaleza nace en función de su brevedad. Lo que tampoco quiere decir que su existencia sea efímera. La belleza de un verdadero bonsai radica en el ahorro de los elementos ornamentales, en la erradicación de los bultos innecesarios. Lo mismo ocurre con la buena literatura. Tanto el cuento como la novela deben cumplir con esta inviolable regla estructural. Decir lo que se quiere con las palabras exactas. Ya se sabe que el cuento es la narración de un sólo hecho, nada más. El argumento, los personajes, el final, es sólo la maceta en la que debe crecer este vegetal literario. Por eso la concisión es parte esencial en todo cuento. Esta característica fundamental es lo que lo diferencia de otros géneros, como la novela. En esta podemos ser más extensos, podemos experimentar, improvisar, salir y entrar, abundar por el mero placer estético, siempre y cuando lo que escribamos tenga una justificación para pertenecer al todo. La minificción e incluso géneros más líricos como los Haiku, no escapan a esta realidad. En estos, a parte de la concisión de lo narrado, es indispensable la brevedad. Estos microgéneros son de hecho la más viva encarnación de lo que debe ser un verdadero bonsai. Al observar a mi bonsai esta mañana, comprendí la estrecha relación entre esta soberbia manifestación de la naturaleza y la buena literatura . Un buen cuento, minificción e incluso una novela, debe ser como un bonsai. No debe sobrar nada. Así como en un verdadero bonsai no deben haber ramas innesarias, ornamentos inútiles, en el caso de la literatura no debemos caer en lo reiterativo, no debemos permitirnos el lujo de dejar ripios sueltos. Un bonsai es armonía, es balance, es belleza, sin residuos. Un cuento, una minificción o una novela es lo mismo. Si la exprimimos no debería salir ni una sola palabra de más. Al igual que la literatura, el bonsai no se debe a un hecho fortuito de la madre naturaleza, la mano creadora de un hombre o mujer es imprescindible para su crecimiento. Así como amarramos un alambre al tallo y a las ramas principales de un bonsai para moldear la forma y el tamaño que queremos, así en la confección de una pieza narrativa tenemos que asirnos del argumento principal, del leitmotiv que nos mueve. Así como podamos, picamos y abonamos nuestro bonsai para que crezca como tal, así tenemos que hacer indefectiblemente con nuestra narrativa para poder llegar a la tan codiciada palabra «fin». La pasión vertida en ambas creaciones es inherente al hecho creador en sí. Esto no es cuestionable.
Podría seguir estableciendo similitudes entre los bonsai y los géneros narrativos que he mencionado, pero caería en el fatal error de hacer esta entrada más larga de lo debido, de adornarla demasiado, y ese no es el objetivo. Prefiero seguir contemplando mis bonsai, o quizás regarlos con agua fresca, ya les toca. A propósito, creo que tengo que podar algunas ramas