La fotografía (cuento finalista entre 35,000 microrrelatos de 149 países del mundo, en el Concurso de Microrrelatos Museo de la Palabra)

Fotos_que_cambiaron_a_el_mundo_Nino_hambriento_y_buitre

El niño yacía postrado bajo el sol inclemente. Su pequeña frente en el suelo seco y agrietado, descansando los días de hambre, sed y abandono.

Un buitre se había posado a unos escasos metros y él, haciendo un esfuerzo inaudito, ya sin aliento, mientras intentaba dibujar una sonrisa en sus labios marchitos, levantó levemente la cabecita y le preguntó:

– ¿También tienes hambre? El buitre prefirió no contestar.

–  Pobre pajarito – musitó el niño, antes de fallecer.

 

 

«I can see clearly now the rain is gone…»

Aquella tarde todo parecía normal en la calle 6 del ensache. El olor de los víveres en los calderos, lo hombres jugando dominó, los muchachos jugando al apara batea o maroteando en los patios ajenos, algún que otro perro cayéndole atrás a los motoconchos. Pero el viejo que vendía guineos en la esquina no se imaginaba la jugada que los tígueres del barrio le tenían preparada. Esa tardecita mandó como siempre a uno de los carajitos al colmado a buscarle un pachuché bien cargado de tabaco para fumárselo con la caída del sol. A esas horas del día a él no le importaba si le iba bien o no, si vendía todos los guineos o se quedaba con toda la mercancía, siempre terminaba fumándose su tabaco, tranquilo, observándolo todo desde el sillín de su triciclo, como un gurú urbano, contemplando el devenir de la cosas. Ese era su momento del día, el único instante de su penosa vida donde podía abstraerse de todo y sentirse libre. Cuando encendía el cigarro no pensaba en nada, no argumentaba, no lamentaba, no deseaba que la vida fuera distinta, solo existía. Pero ese día las cosas serían diferentes.

Cuando José encendió el cigarro no notó nada raro. En un principio. Lo que sí pasó por su mente era que el colmadero había cambiado de suplidor porque el tabaco se sentía de más calidad, más puro, más…más bueno de fumar. Los muchachos se habían agrupado en la esquina del frente, fisgoneando la escena, estudiando cada movimiento del viejo que ahora parecía haber entrado en su acostumbrado estado contemplativo. Los muchachos cuchicheaban entre si. El viejo los miraba de vuelta sin imaginar porqué lo escudriñaban de esa manera. Esos muchachos nunca se fijan en mí, qué coño será lo que miran hoy, a un viejo como yo, si a ellos lo que les interesa es su reguetón, la bailadera y toda esa mierda que tiene locos a los jóvenes de ahora. Coño pero que tabaco que está bueno!

Uno de los muchachos cruzó la calle mientras los otros lo animaban muertos de risa a llegar hasta el viejo. Déme un guineo José. Y dígame ¿cómo se siente? ¿Todo bien?

Porqué este muchacho del diablo quiere saber que cómo me siento? Como siempre, jodío.

El muchacho regreso al grupo y comentó algo que dejó a los demás incrédulos.

Este día está como bonito, a pesar del maldito calor que hace, es una bendición de Dios. Me dan ganas como de bailar, como cuando saqué a bailar a Rosa en las patronales de San Pedro allá por los años cincuenta, ese día fue cuando me le declaré. Juro que si me pusieran ese merengue de Joseíto me pararía ahora mismo a bailarlo, aunque Rosa se me haya ido. Que en paz descanses mi amor. Hasta ese reguetón me atrevería a bailarlo, después de todo no se oye tan mal, como que tiene su chulería. Me gustaría demostrarle a esos pariguayos cómo es que se baila, como es que se menea un hombre de verdad, y más en un día como este, con este atardecer tan hermoso, con los colores que tiene el sol detrás de esas nubes, nunca había visto un espectáculo de colores como este, es mágico, parece de mentira, como si los hubiera pintado Dios. La verdad que ‘ta bueno el reguetón este, a cualquiera se le quita hasta el dolor de rodilla con ese remeneo, quién habrá inventado esa vaina, coño que tabaco que está bueno, sabe a gloria, como todo en este mundo, nosotros porque vivimos empañados de la verdadera realidad, pero este mundito es una bendición, que si la política, que si la crisis, que si los delincuentes, que si los guineos se venden, que si los malditos cuartos, todo eso es pura mierda, sino mira a esos muchachos gozándose la vida, y a propósito, de qué será que se ríen, parece que han entendido como yo que la vida es una chulería, que hay que bailársela, sea un regetón del Daddy Yankee ese o un merengue de Joseíto Mateo, hay que gozársela hasta el final, pero de qué diablos es que esos tígueres del carajo se están riendo, que es lo que me miran, será por lo bien que estoy bailando en este día tan hermoso, con esos colores del sol, nunca había visto colores tan radiantes como los de hoy, es como si salieran de un cuento de hadas, y yo tan ligero, como si estuviera flotando, y esos colores, esos colores…

Yo estuve ahí ese día, yo lo vi, al viejo bailando el regetón, con su cigarro en la boca, y a los muchachos destornillados de la risa mientras lo veían gozándose al mundo, tripiándose la vida, si importar si se habían vendido los guineos, o si la vida estaba dura, o si la crisis, o si el diablo y su hermano, fumándose un cigarro cargado de marihuana que esos tiguerasos le prepararon cuando el carajito fue a comparlo al colmado, eso no lo sabía el viejo, no sabía que lo que tenía en la boca era tremendo tabaco de marihuana, como esos que se daban los rastas, un pachuché de todo el size, pero se nota que lo disfrutaba, que estaba gozando la vida por primera vez, sin tapujos, sin miedos y sin rencores. Me atrevo a decir que el viejo de los guineos de la esquina, fue plenamente feliz ese atardecer donde el sol le sonreía por primera vez en mucho tiempo.

Cada vez que veo la foto que le hice, justo antes de comenzar el bacilón en el barrio con la nota que se dio el viejo José, cuando el cigarro cargado de marihuana apenas comenzaba a surtir efecto, no puedo dejar de recordar la famosa canción de Jimmy Cliff. Y es que en realidad, mientras el viejo brincaba de felicidad y se desencajaba los huesos tratando de llevar el ritmo de aquél regetón, yo veía a José cantando en un perfecto inglés jamaiquino “I can see clearly now the rain is gone…”, como todo un rasta man.

By the way, gracias a la arrebatadora experiencia del viejo José, me enteré días después que el verdadero compositor de esa increíble canción no había sido Bob Marley, como pensaba. Pero lo importante aquí es que nos la gozamos toditos ese día. 

Reflexión de un hombre de dos años

«Hoy, bajo este cielo azul radiante, aquí sentado en la terraza de mi penthouse, a los dos años de mi larga existencia en este mundo tan complicado pero hermoso, he pasado revista a lo que he hecho en esta larga trayectoria. Los grandes logros, como aquel día que a pesar del vértigo di mis primeros pasitos, o cuando aprendí a decir «mira» o «kayi», para no hablar cuando me salió el primer diente o cuando me gradué de médico con uniforme y todo, ¡Ahhhh! esos fueron GRANDES años. Pero, no sólo los momentos gloriosos han recurrido a mi mente de hombre experimentado, también he recordado  las tragedias y vicisitudes, los peluches desaparecidos, las nalguitas irritadas, la falta que me hace la lechita de mi mami, los chichones, las solitarias e interminables noches donde lloraba por cinco segundos hasta quedar exhausto y ser entonces socorrido por mi papi, el hambre y la sed que llegué a experimentar hasta por dos segundos hasta que otra vez mi mami me tomaba en sus brazos y me daba una panzada, las pesadillas donde un payaso gigante no paraba de reír, los juguetes prohibidos de mi hermana, los pescozones de mi hermana. Luego de recordar con melancolía y miedo esos momentos de mi vida, hoy, sentado en este balcón de mis sueños, CONFIESO QUE HE VIVIDO, como diría el poeta. Mis ojos se pierden en la inmensidad de este teatro de la vida y no puedo dejar de agradecer lo mucho que he vivido, SOY UN HOMBRE REALIZADO. Pero lo que ha llamado mi atención en esta profunda reflexión, lo que considero el eje y la conclusión final de mi existir, es lo siguiente: a pesar de que soy un hombre rico, poderoso y lleno de fama, al punto de que los hombres y las mujeres se abalanzan sobre mí al verme en cualquier esquina y las bebas de mi edad caen sin sentido sólo de verme sonreír, a pesar de que lo tengo todo, que soy el hombre más codiciado del mundo, me he dado cuenta de que eso no significa nada. Eso no es lo verdaderamente importante en mi vida. La riqueza, la fama y el poder son pura trivialidad, cosas efímeras, sentimientos frívolos. Lo que realmente importa en mi vida es el amor, ¡OHHH! el amor, el amor y el placer incondicional que me ha brindado mi dedo por todos estos años. Hoy lo he visto claro y te pido perdón por usarte sin agradecértelo. DEDO: todo lo que soy lo debo a ti. Sin ti no hubiera sido el gran hombre que todos admiran. Gracias, nunca más te olvidaré».

Autoanálisis de una metamorfosis

Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto”.

Su vientre había crecido grotescamente y se desparramaba por el suelo. Al intentar mover una de sus piernas se percató de que no tenía una, sino ocho extremidades. Se sentía absurdo. No podía colegir la realidad de su estado.

Es un castigo, pensó. Karma.

Mientras observaba con náuseas su cuerpo rastrero, cientos de imágenes de una lejana vida pasada, se sucedían confusamente en el minúsculo cerebro de invertebrado que ahora ostentaba.

Luego de algunas horas de angustia, de planteamientos moralistas, filosóficos y religiosos, concluyó con absoluta resignación, que esa era la reencarnación más justa que le había tocado. 

Los Bonsai y la literatura

Esta mañana estaba contemplando uno de mis bonsai, su pequeñas ramas, sus hojitas, sus delicadas raíces, y como siempre, en un momento dado sentí que estaba completamente absorto de lo que me rodeaba, enfocado solamente en el pequeño árbol, inmerso en una profunda meditación que se sustentaba en mi respiración y la contemplación de aquella caprichosa miniatura llena de vida. Dentro de mi profundo aislamiento puede apreciar aún más las bondades de mi criatura: su aspecto de árbol grande, su verdor, la rugosidad de sus ramas, la tozuda verticalidad de su tallo, su sinuosidad, las diminutas hojas caídas sobre la insignificante parcela de tierra, el moho alrededor de sus raíces, la perfecta armonía de sus partes; al mismo tiempo sentí la impresión de estar frente a una inmensa planta longeva, una gran Secuoya, o un robusto Drago, que lo ha visto todo, llena de poder y sabiduría, un pequeño Yoda salido de Star Wars. Su gracia para incorporarse a todo lo que lo rodea, al resto del jardín, en unidad total, pero al mismo tiempo el grado de exclusividad que ostenta su presencia, una omnipresencia de la que es muy dificil escapar cuando se le observa. Pero lo que más me afecta es su minimalismo, su brevedad, esa condición de ser grande en lo pequeño, de estar completo. Esta cualidad es lo que define a un verdadero bonsai. Al llegar a este punto saltó a mi mente abstraída, como por ósmosis,  los géneros narrativos de cuento, minificción y novela. Mientras observaba ensimismado mi bonsai no pude dejar de establecer un link entre estas miniaturas y lo que escribo. Y es aquí que llegamos al punto alfa de mi meditación en esta mañana lluviosa. Aunque me gusta la idea de hacer de esto un ensayo, voy a tratar de mudar las percepciones que experimenté en ese momento sin hacer muy extensa mi entrada de hoy, voy a tratar de aplicar lo que vi, de ser un bonsai. Un verdadero bonsai debe ser considerablemente reducido, lo que no quiere decir insignificante. Un verdadero bonsai debe ser conciso, breve, preciso, lacónico si se quiere. En un verdadero bonsai no puede haber ripios de más, sólo lo estrictamente necesario, su naturaleza nace en función de su brevedad. Lo que tampoco quiere decir que su existencia sea efímera. La belleza de un verdadero bonsai radica en el ahorro de los elementos ornamentales, en la erradicación de los bultos innecesarios. Lo mismo ocurre con la buena literatura. Tanto el cuento como la novela deben cumplir con esta inviolable regla estructural. Decir lo que se quiere con las palabras exactas. Ya se sabe que el cuento es la narración de un sólo hecho, nada más. El argumento, los personajes, el final, es sólo la maceta en la que debe crecer este vegetal literario. Por eso la concisión es parte esencial en todo cuento. Esta característica fundamental es lo que lo diferencia de otros géneros, como la novela. En esta podemos ser más extensos, podemos experimentar, improvisar, salir y entrar, abundar por el mero placer estético, siempre y cuando lo que escribamos tenga una justificación para pertenecer al todo. La minificción e incluso géneros más líricos como los Haiku, no escapan a esta realidad. En estos, a parte de la concisión de lo narrado, es indispensable la brevedad. Estos microgéneros son de hecho la más viva encarnación de lo que debe ser un verdadero bonsai. Al observar a mi bonsai esta mañana, comprendí la estrecha relación entre esta soberbia manifestación de la naturaleza y la buena literatura . Un buen cuento, minificción e incluso una novela, debe ser como un bonsai. No debe sobrar nada. Así como en un verdadero bonsai no deben haber ramas innesarias, ornamentos inútiles, en el caso de la literatura no debemos caer en lo reiterativo, no debemos permitirnos el lujo de dejar ripios sueltos. Un bonsai es armonía, es balance, es belleza, sin residuos. Un cuento, una minificción o una novela es lo mismo. Si la exprimimos no debería salir ni una sola palabra de más. Al igual que la literatura, el bonsai no se debe a un hecho fortuito de la madre naturaleza, la mano creadora de un hombre o mujer es imprescindible para su crecimiento. Así como amarramos un alambre al tallo y a las ramas principales de un bonsai para moldear la forma y el tamaño que queremos, así en la confección de una pieza narrativa tenemos que asirnos del argumento principal, del leitmotiv que nos mueve. Así como podamos, picamos y abonamos nuestro bonsai para que crezca como tal, así tenemos que hacer indefectiblemente con nuestra narrativa para poder llegar a la tan codiciada palabra «fin». La pasión vertida en ambas creaciones es inherente al hecho creador en sí. Esto no es cuestionable.

Podría seguir estableciendo similitudes entre los bonsai y los géneros narrativos que he mencionado, pero caería en el fatal error de hacer esta entrada más larga de lo debido, de adornarla demasiado, y ese no es el objetivo. Prefiero seguir contemplando mis bonsai,  o quizás regarlos con agua fresca, ya les toca. A propósito, creo que tengo que podar algunas ramas

Fábula

I

De un mundo donde los hombres son perseguidos por las mujeres. En este mundo los hombres viven aterrorizados por las mujeres que los rastrean, los acosan, los violan y se alimentan de ellos.

II

Todo comenzó una noche cuando del pene erecto de un hombre salió chocolate a borbotones.

III

El sexo femenino se adueña del mundo y nuevas guerras se llevan a cabo por el dominio de los hombres.

IV

Ningún hombre, excepto los que no habían llegado a la pubertad, se salva del poder succionador de las hembras depredadoras, que casi siempre se valen del señuelo del amor para atraparlos en sus voraces fauces, ávidas del esperma dulce y oscuro.

V

Las mujeres comienzan a cosechar a los hombres. Los experimentos en los niños para acelerar su crecimiento termina diezmando en su totalidad a la población infantil.

VI

El hombre comienza a escasearse y los conflictos entre las mandatarias de los diferentes países se agravan. El mundo está al borde de una catástrofe nuclear.

VII

El hombre desaparece de la faz de la tierra y la mujer muere de hambre.

VIII

El calentamiento global disminuye drásticamente y se restablece el orden ecológico del mundo.