La agenda 

Otro año finaliza, con sus afanes, sus triunfos, sus fracasos, párrafos alentadores, reflexiones premonitorias, sorpresas, miedos, frases trilladas como estas, decepciones, amores, aventuras y satisfacciones; y mientras, esta agenda, sucumbe también, desapercibida, al embate digital de los recordatorios de mi IPhone.

Sus páginas vacías lo atestiguan, quizás queriéndome advertir sobre la irrefutable impermanencia de las cosas.

Prieta

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Hoy domingo 9 de noviembre del 2014, aproximadamente a las once de la noche, se despidió con su dolor y con el nuestro, leal, amorosa y protectora, nuestra inolvidable Prieta.

Llegaste a nuestras vidas como una indefensa bola de pelos, negra y con olor a leche, y desde ese instante nos adoptaste bajo tu manto protector, impregnando nuestro hogar de ti, de tu juguetona personalidad, de tu inocencia, de tu humildad.

No exigiste mucho, un plato de comida al día y caricias, esas con el tiempo se hicieron menos frecuentes y que tú, paciente y resignada añorabas cada día.

Hoy te fuiste, vieja y desgastada, adolorida también, a pesar de que mi mano trataba en vano de anestesiarte. Te fuiste sin reclamar, sin molestar, como lo hiciste siempre; te fuiste tranquila con la satisfacción del deber cumplido, de haber amado.

Cuánto extrañaré tu nobleza, tu eterna sonrisa, tu cola inquieta buscando incesantemente aprobación, contacto, amor.

Cuánto extrañaré lanzarte el palo y verte correr ágil y hermosa en aquél solar que ahora es tu última morada.

Amada Prieta, Prietura, qué pura y blanca es tu alma; sí, tu alma, esa en la que cabe la humanidad entera.

Leal Prieta. Generosa Prieta. Guardiana Prieta.

Qué ejemplo nos has dejado. Ya quisiéramos ser tú y así finalmente poder desprendernos de este pellejo de humanidad fría y egoísta.

Perdóname por no estar ahí cuando me necesitaste. Perdóname por no jugar más contigo, perdóname por no acariciarte más, por no cuidar más de ti, perdóname por abandonarte en ese rincón de mi alma. Perdóname pero estoy muy lejos de ser como tú.

Gracias Prieta querida, gracias por amarnos incondicionalmente, por tu ejemplo, gracias por tu lealtad y valentía, gracias por dejar marcada tu huella en nuestro corazón humano y endeble. Gracias por perdonarnos.

Hoy te fuiste para siempre, con dignidad y estoicismo, tu cuerpo afectado por el dolor y la pena, echado sobre las frías baldosas del gazebo, rincón aquél donde te exiliaste para no molestar. Y aún así, no dejaste de amar.

¿Quizás no sea demasiado tarde para un último paseo?

Y llevarte a la playa y verte retozar en la arena y correr libremente mientras intentas morder las olas. Un último paseo en la camioneta para ver tu cara realizada y sonriente, la lengua a un lado y el viento abultando graciosamente tu hocico. O quizás un último paseo para ir al campo que nunca conociste y llevarte al río y bañarnos juntos, yo cargando tu pesado cuerpo de Pastor, tú nerviosa y temblorosa. Luego podrías echarte a dormir bajo el cálido sol del mediodía, el arrullo de los pájaros en el fondo, ahí en la terraza de la cabaña del campo que no llegaste a conocer.

Quizás no sea demasiado tarde para dar un paseo por el barrio y verte caminar con gracia, sin tirar de la correa, justo a mi lado. Quizás podamos simplemente cruzar al solar donde ahora duermes con placidez para jugar a buscar el palo y ver tus ojos juguetones, atentos mientras lo sostengo en el aire y luego verte correr majestuosamente y olfatearlo y morderlo y traerlo de vuelta con orgullo.

¿Quizás no sea demasiado tarde para un último paseo? ¿Quieres?

Ser feliz, una decisión personal

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Hoy, justo cuando el sol iba cerrando sus párpados de luz sobre el océano atlántico, mientras investigaba en las redes un tema para publicar en este blog, me topé con una noticia luctuosa que me afectó el ánimo. Alguien que no conocía, un hombre joven de cuarenta y  cinco años, exitoso hombre de negocios, presidente de una reconocida empresa eléctrica, murió repentinamente en el mirador sur de la ciudad capital a sólo quinientos metros de terminar el entrenamiento de esa mañana. Marco de la Rosa era corredor y esa madrugada entrenaba junto a los compañeros de su grupo, ninguno se explicó la muerte súbita del que consideraban uno de sus mejores atletas. Con todos sus análisis de salud en orden, Marco incluso había participado dos meses atrás en el conocido maratón de Chicago.

Qué penoso pensé, otra pérdida de alguien valioso en nuestra desbalanceada sociedad. Al leer lo de su muerte lo sentí tanto, como si le conociera de años, como si fuera familia, o quizás un gran amigo. No puedo negar que me afectó el hecho de que era un atleta, igual que yo, que tenía cuarenta y cinco años, igual que la cifra que alcanzaré el 24 de este mes, que era un hombre de negocios, lo que intento hace años sin mucho resultado. Sea lo que sea me sentí profundamente afectado. Luego de darles vueltas al hecho, de leer su biografía, de entrar a su blog, en fin, luego de tratar de acercarme a él en su muerte, me di cuenta que lo conocía. Sí, conocía a Marco de la Rosa. Y no lo había conocido en el colegio, ni en una fiesta, ni en la universidad, ni practicando algún deporte, a él como a muchos otros lo había conocido de toda una vida. Sí, cuando lo conocí al morir, me di cuenta que Marco era otro más de la poca gente buena que se nos estaba yendo, de ese puñado que sobresale en nuestra sociedad marchita, de esos que apuestan por los principios, por la honestidad y la vida ejemplar. Como a él, he conocido a cientos de dominicanos y ciudadanos del mundo que se van a destiempo, cuando no deben, mientras otros en mucho menor número, esos que pueblan nuestro mundo de terror, de perfidia, de corrupción, de muerte, de violaciones, viven indefinidamente y sin reparo bajo un invisible e impune manto de aquél maldito ángel que lleva la guadaña. ¿Por qué? ¿Por qué a Marco y no al asesino de Claudio Caamaño Vélez? Por sólo poner un ejemplo de los cientos que ocurren cada año.

Estos son los momentos en los que no entiendo la divina gracia de Dios. Y me siento afligido, con un nudo en la garganta, descreído, ahogado en una desilusión absoluta que no repara en nada que no sea desafecto y pesimismo. Es cuando vuelvo a Marco y me retracto.

Mientras buscaba información de aquél que creía no conocer, encuentro esta última publicación de su blog «Las notas de Marco» y me doy cuenta de que no puedo caer con él, de que debo seguir en pie de lucha. Me doy cuenta de que ellos no se han ido en vano, de que nos están guiando. Entonces vuelvo a leer su entrada y me río, él también, Claudio lo hace de igual forma, y Luis, y Pedro y Juan y Karina, y me siento curiosamente tranquilo.

Un tipo de obligación moral, de esas que se sienten como deuda, me solicita compartir este último escrito suyo. Aquí les dejo el artículo de forma íntegra:

Ser feliz, una decisión personal.

Sócrates decía que ” una vida sin reflexión, no merece ser vivida”.  Pasé los últimos días del 2013 y los primeros del año nuevo en la bella Estancia “La Bravera” a 2,400 mts sobre el nivel del mar en los Andes Venezolanos. El día que llegué a este lugar mágico casi sufro una crisis de pánico al enterarme que no tenía ningún tipo de alcance a las telecomunicaciones, incluyendo internet y señal para mis teléfonos. Sin embargo a medida que pasaron los días y que me iba desconectando del mundo me iba sintiendo más conectado a la naturaleza y se iban abriendo espacios para la meditación y reflexión. Este tipo de espacios son fundamentales para el ser humano. Ya sea en forma individual, en familia o en equipos de trabajo, es importante tener la oportunidad de elevarse a otro nivel y analizar con una perspectiva más amplia las realidades que nos acontecen en las diferentes facetas en las que nos desenvolvemos.

Durante esos días que compartí con mi familia, mi mamá me habló del libro que estaba leyendo llamado “La alegría del vivir” de Orison Swett Marden.  Coincidencialmente su libro estaba muy alineado con el último capítulo del libro que yo leía, “Vivir en tiempos de Crisis” de Isabel Vega.  El contenido común de ambos libros estaba relacionado con el concepto de “la felicidad”. La diferencia es que el libro que ella leía fue escrito en 1914 y el mío en el 2013. Sin embargo, pese a la diferencia de años entre un libro y otro, las conclusiones eran prácticamente las mismas: La felicidad no se persigue, no es una meta por sí misma. La felicidad se consigue en las pequeñas vivencias de todos los días.

Existen innumerables libros, documentos y escritos sobre el tema de la felicidad. Hace un par de años, mi grupo de YPO (Young President Organization) invitó a una sesión de trabajo de un día entero al Prof.  Shawn Achor, autor del libro “The Happiness Advantage”.  Durante la cena, el Prof. Achor nos contó sobre las investigaciones que él ha hecho con su equipo en la Universidad de Harvard sobre el concepto de la felicidad y las conclusiones a que han llegado sobre el tema.  En primer  lugar, la creencia general de la gente es que la felicidad es el premio que se recibe cuando se es exitoso, mientras que las investigaciones muestran una causalidad que es totalmente opuesta: la gente se hace más exitosa cuando es más feliz y presenta una actitud más positiva ante la vida.

Es difícil que ese estado de felicidad se encuentre en todos los planos ya que es muy probable que en algunos momentos se representen desafíos. La muerte de un ser querido o la separación de un ser que amas son solo algunos ejemplos. Sin embargo, la felicidad tiene que ver en gran medida con “la manera en que enfrentamos estos desafíos, en armonía con nuestra esencia y con el entorno”. De acuerdo con las investigaciones del Prof. Achor, las circunstancias externas contribuyen con solo alrededor de 10% de nuestra felicidad. El 90% restante está en nosotros mismos y en la forma en que manejemos los tres principales componentes de la felicidad según Achor: el placer de las sensaciones físicas, el involucramiento activo en roles que nos permitan aportar y una profunda y permanente conexión a algo que es más grande que nosotros. 

La felicidad es una decisión personal, solo tienes que decidir cuando quieres empezar a ser feliz y empezar a ver el mundo de otra forma, sin apegos, sin verla como resultado de obtener algo que no tenemos, sino apreciando al máximo las cosas que ya tenemos y que se nos presentan en cada momento de nuestras vidas.  ”Disfruta de las cosas pequeñas,  pues algún día puedes mirar atrás y darte cuenta que ellas eran las cosas grandes”.

Fiebre de desolación

Mi habitación luce amarilla como la fiebre

Tiene escalofríos, tirita y delira rodeada de fantasmas y espejos

Sus paredes se cuartearon por la seca deshidratación

Nos hemos vuelto uno, mi habitación y yo, luego de esta lacerante fiebre de indiferencia

La puerta cerrada, no pasa nada ni nadie, por su angosta garganta inflamada

El suelo está inerte y pálido y amarillo, como mi piel

Nos estamos pisando constantemente para poder justificar el síntoma de la desafección

Ahora la comprendo, a mi habitación, siempre tan callada, fría y distante

Como anticipando el sufrimiento, esta fría fiebre de abulia

Los enseres petrificados sudando el mal

La amarilla luz de la mesita de noche tan apagada como mis ojos febriles

Aquella ventana, pedazo de verde, azul y salitre

Exhalando un vaho a cansancio, un fétido aliento a no hay amor

En el armario cuelga una famélica percha de alambre salado

Y en sus gavetas una solitaria pastilla de alcanfor usurpa el lugar de la fina lencería

Quién nos habrá contagiado este mal ocre?

La cama está empapada, pero no de ansias, de un sudor frío y apático, de hiel

Toda mi habitación duele, hasta su aire

Esta enfermedad no es nueva, ya la habíamos padecido mi habitación y yo

Pero no creo que esta vez salgamos vivos de esta fiebre de desolación

La imagen y la palabra, mis dos aliadas inseparables.

Cuando se nace artista, no se puede hacer otra cosa que expresar lo que se tiene adentro, sacarlo, como si se tratara de un espíritu, un ánima que quiere hablarle al mundo en su lenguaje de ultratumba y demostrar que hay vida después de la vida.

No te sonrojes, mi dulce guardiana.

Para mi nunca has crecido, por más dientes que hayas echado, por más grave que sea tu gruñido, sigues siendo la misma perra inmadura de siempre, la misma juguetona, inquieta, cariñosa y leal compañera de siempre. Hoy salí a pasearte y caminabas con todo tu donaire y tu madurez a mi lado, sin adelantarte a mis pasos, observando el entorno, alerta, protectora, los transeúntes bajando a la calle o cambiando de acera cuando te divisaban a lo lejos, temerosos de tu porte señorial de bestia salvaje y peligrosa. Para mi sigues siendo la misma bola de pelos que hace más de diez años llegó a nuestras vidas, tú, mi amada Prieta, dulce guardián, siempre te estaré agradecido por tu compañía y celo desinteresado.