La fotografía (cuento finalista entre 35,000 microrrelatos de 149 países del mundo, en el Concurso de Microrrelatos Museo de la Palabra)

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El niño yacía postrado bajo el sol inclemente. Su pequeña frente en el suelo seco y agrietado, descansando los días de hambre, sed y abandono.

Un buitre se había posado a unos escasos metros y él, haciendo un esfuerzo inaudito, ya sin aliento, mientras intentaba dibujar una sonrisa en sus labios marchitos, levantó levemente la cabecita y le preguntó:

– ¿También tienes hambre? El buitre prefirió no contestar.

–  Pobre pajarito – musitó el niño, antes de fallecer.

 

 

El paquidermo sonriente

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Segundos antes de disparar, el monarca cazador de elefantes se sintió sobrecogido por la serena mirada del animal. Luego observó incrédulo, cómo se dibujaba una casi imperceptible sonrisa en los labios del paquidermo. Retumbó la explosión en la estepa. El gigante mamífero cayó pesadamente al suelo mientras todos observaban impertérritos al coloso dormido, ya no resultaba tan peligroso, de hecho, parecía inofensivo y pacífico. Todos menos el rey, que también había caído desde su montura y yacía con la cadera hecha pedazos, tratando de descifrar la inexplicable sonrisa de su extinta víctima.

Debajo del cayo de arena

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Hoy nadé con un cardumen de sirenas en el medio del atlántico, una de ellas me tomó de la mano y me sumergió en un banco de corales alrededor de un cayo de arena perdido en el azul. Allá bailaron una danza submarina y rozaron sus colas voluptuosas por mi cara mientras cantaban en el mismo lenguaje que Homero escuchó siglos atrás. Hice el amor con decenas de ellas, me dormí sobre sus pechos desnudos y luego nos abismamos aún más en la profundidades de su mundo de escamas. Me enamoré de todas. Y ellas de mí. Pero sólo una me obsequió con una de las perlas que se deslizaba por sus mejillas. Sus ojos lagrimosos me rogaban que me quedara y yo acepté; de todas formas el viento sopla tan suavemente en estas tierras como en las de arriba.

MTB I

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Hoy pasé por el cementerio de un solitario pueblo en mi bicicleta y un muerto me pidió una bola, le hice señas de que no podía llevarlo, que iba monte arriba. Se quedó con el dedo pulgar extendido hacia el cielo mientras yo seguía pedaleando en mi mountain bike, y justo al entrar en el trillo, pensé, ¿Quién llevará a quién?

Pérdida Irreparable

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Ahí yace el cuerpo despedazado. Nadie conoce la hora de su fatal caída, aunque la gente del barrio supone que fue a horas de la madrugada, justo en el momento en que llegó de improviso aquél ventarrón. Decenas de curiosos atestiguan el hecho incrédulos, acongojados, impotentes ante la pérdida. ¿Por qué él? Un pilar de nuestra comunidad. Aquél en el que todos reposaban sus angustias y sus momentos de dicha, como yo, la noche solitaria en que le confié mi amor por Amanda. Cuánta falta vas a hacer. Tú que dabas de comer sin cobrar, que dabas cobijo al que lo necesitaba, sobre todo en esos días en que el calor inclemente azotaba sin piedad. Que pena. Ahora estás ahí tirado, tu cuerpo desmembrado en la acera. Se habrá caído o lo habrán tirado, preguntan estos mirones que nunca te conocieron tan bien como yo. Prefiero pensar que te caíste sólo. A fin de cuentas eras el Almendro más viejo del barrio.

Mi pregunta es: ¿A dónde irán ahora tus raíces?

«I can see clearly now the rain is gone…»

Aquella tarde todo parecía normal en la calle 6 del ensache. El olor de los víveres en los calderos, lo hombres jugando dominó, los muchachos jugando al apara batea o maroteando en los patios ajenos, algún que otro perro cayéndole atrás a los motoconchos. Pero el viejo que vendía guineos en la esquina no se imaginaba la jugada que los tígueres del barrio le tenían preparada. Esa tardecita mandó como siempre a uno de los carajitos al colmado a buscarle un pachuché bien cargado de tabaco para fumárselo con la caída del sol. A esas horas del día a él no le importaba si le iba bien o no, si vendía todos los guineos o se quedaba con toda la mercancía, siempre terminaba fumándose su tabaco, tranquilo, observándolo todo desde el sillín de su triciclo, como un gurú urbano, contemplando el devenir de la cosas. Ese era su momento del día, el único instante de su penosa vida donde podía abstraerse de todo y sentirse libre. Cuando encendía el cigarro no pensaba en nada, no argumentaba, no lamentaba, no deseaba que la vida fuera distinta, solo existía. Pero ese día las cosas serían diferentes.

Cuando José encendió el cigarro no notó nada raro. En un principio. Lo que sí pasó por su mente era que el colmadero había cambiado de suplidor porque el tabaco se sentía de más calidad, más puro, más…más bueno de fumar. Los muchachos se habían agrupado en la esquina del frente, fisgoneando la escena, estudiando cada movimiento del viejo que ahora parecía haber entrado en su acostumbrado estado contemplativo. Los muchachos cuchicheaban entre si. El viejo los miraba de vuelta sin imaginar porqué lo escudriñaban de esa manera. Esos muchachos nunca se fijan en mí, qué coño será lo que miran hoy, a un viejo como yo, si a ellos lo que les interesa es su reguetón, la bailadera y toda esa mierda que tiene locos a los jóvenes de ahora. Coño pero que tabaco que está bueno!

Uno de los muchachos cruzó la calle mientras los otros lo animaban muertos de risa a llegar hasta el viejo. Déme un guineo José. Y dígame ¿cómo se siente? ¿Todo bien?

Porqué este muchacho del diablo quiere saber que cómo me siento? Como siempre, jodío.

El muchacho regreso al grupo y comentó algo que dejó a los demás incrédulos.

Este día está como bonito, a pesar del maldito calor que hace, es una bendición de Dios. Me dan ganas como de bailar, como cuando saqué a bailar a Rosa en las patronales de San Pedro allá por los años cincuenta, ese día fue cuando me le declaré. Juro que si me pusieran ese merengue de Joseíto me pararía ahora mismo a bailarlo, aunque Rosa se me haya ido. Que en paz descanses mi amor. Hasta ese reguetón me atrevería a bailarlo, después de todo no se oye tan mal, como que tiene su chulería. Me gustaría demostrarle a esos pariguayos cómo es que se baila, como es que se menea un hombre de verdad, y más en un día como este, con este atardecer tan hermoso, con los colores que tiene el sol detrás de esas nubes, nunca había visto un espectáculo de colores como este, es mágico, parece de mentira, como si los hubiera pintado Dios. La verdad que ‘ta bueno el reguetón este, a cualquiera se le quita hasta el dolor de rodilla con ese remeneo, quién habrá inventado esa vaina, coño que tabaco que está bueno, sabe a gloria, como todo en este mundo, nosotros porque vivimos empañados de la verdadera realidad, pero este mundito es una bendición, que si la política, que si la crisis, que si los delincuentes, que si los guineos se venden, que si los malditos cuartos, todo eso es pura mierda, sino mira a esos muchachos gozándose la vida, y a propósito, de qué será que se ríen, parece que han entendido como yo que la vida es una chulería, que hay que bailársela, sea un regetón del Daddy Yankee ese o un merengue de Joseíto Mateo, hay que gozársela hasta el final, pero de qué diablos es que esos tígueres del carajo se están riendo, que es lo que me miran, será por lo bien que estoy bailando en este día tan hermoso, con esos colores del sol, nunca había visto colores tan radiantes como los de hoy, es como si salieran de un cuento de hadas, y yo tan ligero, como si estuviera flotando, y esos colores, esos colores…

Yo estuve ahí ese día, yo lo vi, al viejo bailando el regetón, con su cigarro en la boca, y a los muchachos destornillados de la risa mientras lo veían gozándose al mundo, tripiándose la vida, si importar si se habían vendido los guineos, o si la vida estaba dura, o si la crisis, o si el diablo y su hermano, fumándose un cigarro cargado de marihuana que esos tiguerasos le prepararon cuando el carajito fue a comparlo al colmado, eso no lo sabía el viejo, no sabía que lo que tenía en la boca era tremendo tabaco de marihuana, como esos que se daban los rastas, un pachuché de todo el size, pero se nota que lo disfrutaba, que estaba gozando la vida por primera vez, sin tapujos, sin miedos y sin rencores. Me atrevo a decir que el viejo de los guineos de la esquina, fue plenamente feliz ese atardecer donde el sol le sonreía por primera vez en mucho tiempo.

Cada vez que veo la foto que le hice, justo antes de comenzar el bacilón en el barrio con la nota que se dio el viejo José, cuando el cigarro cargado de marihuana apenas comenzaba a surtir efecto, no puedo dejar de recordar la famosa canción de Jimmy Cliff. Y es que en realidad, mientras el viejo brincaba de felicidad y se desencajaba los huesos tratando de llevar el ritmo de aquél regetón, yo veía a José cantando en un perfecto inglés jamaiquino “I can see clearly now the rain is gone…”, como todo un rasta man.

By the way, gracias a la arrebatadora experiencia del viejo José, me enteré días después que el verdadero compositor de esa increíble canción no había sido Bob Marley, como pensaba. Pero lo importante aquí es que nos la gozamos toditos ese día. 

Una foto, una historia.

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Ella caminaba ausente y fría, como la brisa de invierno. Sus delgados brazos colgando como dos plomadas a ambos lados de sus pechos amoratados. El labio inferior todavía destilando espesas gotas de sangre, como hechas de ocre barro.
Los adeptos que salían de la misa del domingo cruzaban al otro lado de la acera para evitarla. La escrutaban de arriba a abajo mientras criticaban sus harapos rotos y sucios. Ella, mientras, continuaba seca y vacía como un pozo sin deseos, sus ojos fijos en la cruz de la iglesia, preguntándole al Dios de ellos, ¿porqué? Como si Él la escuchara.

El mosquito (porqué puse la foto de una araña en la entrada? porque la del mosquito es disgusting.)

Las dos de la mañana, no puedo dormir, estoy tratando de leer un libro de Roberto Bolaños, 2666 para ser exacto, la parte que corresponde a los asesinatos en serie de mujeres obreras de las zonas francas de Santa Teresa, en el estado de Sonora. Sus páginas me mantienen cautivado, absorto, asqueado y al mismo tiempo excitado, cientos de mujeres aparecen apuñaladas, desmembradas, ahorcadas, violadas, en medio de un mar de sangre que parece inundar el reseco desierto de Sonora. Digo que estoy tratando de leer, porque el zumbido de un mosquito que tiene la noche entera rondado cada centímetro de mi cuerpo insomne, me saca de concentración a cada instante, subiéndome la sangre a la cabeza (su objetivo) y chupándome hasta la saciedad como un maldito vampiro de la saga de Crepúsculo; bajo estas condiciones no puedo leer y mucho menos soñar con soñar. Me decido entonces a acabar con el insecto, cierro cuidadosamente el voluminoso tomo 2666, entrecierro los ojos, me quedo quieto como una estatua de ketchup congelado, bombeando toda la sangre que puedo con mi corazón homicida, escuchando, sintiendo el más mínimo movimiento de mi enemigo alado, esperando que se pose sobre mi piel bullente de plasma, así duro unos cuantos minutos, el sudor corre por mi frente, por la falta de sueño me siento un poco mareado, pero no importa, estoy decidido a soportar estoicamente lo que fuere necesario para acabar con ese invertebrado, hasta que por fin escucho el sonido límpido y puro de sus alitas, revoloteando en el pabellón de mi oído izquierdo, lo dejo tranquilo, mi corazón bombea más rápido, sí más sangre me digo, acércate más maldito, luego lo veo, va volando con reticencia justo delante de mi nariz, mis ojos lo siguen como dos lunas llenas ensangrentadas y lo observo bajar con cautela haciendo estúpidos cortes en el aire hasta una de mis piernas, me preparo, él se posa suavemente, apenas perceptible en mi muslo y yo lo dejo, comienza a chupar y veo cómo su abdomen se infla poco a poco y cambia de color gris inmundo a rojo sangre, de mi sangre, y siento la picazón pero no importa, lo tengo todo planeado, matemáticamente calculado, cuando no puede más saca su ponzoña de mi piel taladrada y despega lentamente, pesadamente, con el abdomen repleto de mi sangre, felizmente harto, lo que yo esperaba, entonces aprieto el tomo de Roberto Bolaños fuertemente en mi mano derecha y desde el espaldar del sillón bajo mi brazo violentamente asestándole un golpe mortal. Cuando retiro cuidadosamente el tomo de mi pierna, lentamente, embebido por un morbo y una curiosidad, una perversidad insospechada ante la posibilidad del crimen, vislumbro sólo una minúscula mancha de sangre en mi piel erizada pero no veo su exiguo cuerpo de invertebrado por ninguna parte, entonces como por inercia miro el libro y ahí estaba, arrastrándose por la portada, el abdomen destrozado dejando una estela de sangre en el precioso cartón satinado. A pesar de estar prácticamente desecho, sus pequeñas vísceras desparramas detrás de él, seguía por instinto remolcando con sus patas delanteras la mitad de su cuerpo mientras el hilo de sangre dibujaba curiosamente algo que parecía un signo. Estaba disfrutando extasiado el regicidio vampiresco, me sentía pleno, de hecho comenzaba a identificarme con el asesino en serie de la novela de Bolaño, aunque el mío fuera un crimen en miniatura, el minicrimen de un simple insecto. Me sentía libidinosamente realizado. Entonces el mosquito se detuvo, había muerto, y pude notar con incredulidad que la estela de sangre mezclada con sus intestinos había dibujado un perfecto signo de interrogación, justo al final del nombre del autor, en la portada del libro donde yacía asesinado.

Reflexión de un hombre de dos años

«Hoy, bajo este cielo azul radiante, aquí sentado en la terraza de mi penthouse, a los dos años de mi larga existencia en este mundo tan complicado pero hermoso, he pasado revista a lo que he hecho en esta larga trayectoria. Los grandes logros, como aquel día que a pesar del vértigo di mis primeros pasitos, o cuando aprendí a decir «mira» o «kayi», para no hablar cuando me salió el primer diente o cuando me gradué de médico con uniforme y todo, ¡Ahhhh! esos fueron GRANDES años. Pero, no sólo los momentos gloriosos han recurrido a mi mente de hombre experimentado, también he recordado  las tragedias y vicisitudes, los peluches desaparecidos, las nalguitas irritadas, la falta que me hace la lechita de mi mami, los chichones, las solitarias e interminables noches donde lloraba por cinco segundos hasta quedar exhausto y ser entonces socorrido por mi papi, el hambre y la sed que llegué a experimentar hasta por dos segundos hasta que otra vez mi mami me tomaba en sus brazos y me daba una panzada, las pesadillas donde un payaso gigante no paraba de reír, los juguetes prohibidos de mi hermana, los pescozones de mi hermana. Luego de recordar con melancolía y miedo esos momentos de mi vida, hoy, sentado en este balcón de mis sueños, CONFIESO QUE HE VIVIDO, como diría el poeta. Mis ojos se pierden en la inmensidad de este teatro de la vida y no puedo dejar de agradecer lo mucho que he vivido, SOY UN HOMBRE REALIZADO. Pero lo que ha llamado mi atención en esta profunda reflexión, lo que considero el eje y la conclusión final de mi existir, es lo siguiente: a pesar de que soy un hombre rico, poderoso y lleno de fama, al punto de que los hombres y las mujeres se abalanzan sobre mí al verme en cualquier esquina y las bebas de mi edad caen sin sentido sólo de verme sonreír, a pesar de que lo tengo todo, que soy el hombre más codiciado del mundo, me he dado cuenta de que eso no significa nada. Eso no es lo verdaderamente importante en mi vida. La riqueza, la fama y el poder son pura trivialidad, cosas efímeras, sentimientos frívolos. Lo que realmente importa en mi vida es el amor, ¡OHHH! el amor, el amor y el placer incondicional que me ha brindado mi dedo por todos estos años. Hoy lo he visto claro y te pido perdón por usarte sin agradecértelo. DEDO: todo lo que soy lo debo a ti. Sin ti no hubiera sido el gran hombre que todos admiran. Gracias, nunca más te olvidaré».