Mi habitación luce amarilla como la fiebre
Tiene escalofríos, tirita y delira rodeada de fantasmas y espejos
Sus paredes se cuartearon por la seca deshidratación
Nos hemos vuelto uno, mi habitación y yo, luego de esta lacerante fiebre de indiferencia
La puerta cerrada, no pasa nada ni nadie, por su angosta garganta inflamada
El suelo está inerte y pálido y amarillo, como mi piel
Nos estamos pisando constantemente para poder justificar el síntoma de la desafección
Ahora la comprendo, a mi habitación, siempre tan callada, fría y distante
Como anticipando el sufrimiento, esta fría fiebre de abulia
Los enseres petrificados sudando el mal
La amarilla luz de la mesita de noche tan apagada como mis ojos febriles
Aquella ventana, pedazo de verde, azul y salitre
Exhalando un vaho a cansancio, un fétido aliento a no hay amor
En el armario cuelga una famélica percha de alambre salado
Y en sus gavetas una solitaria pastilla de alcanfor usurpa el lugar de la fina lencería
Quién nos habrá contagiado este mal ocre?
La cama está empapada, pero no de ansias, de un sudor frío y apático, de hiel
Toda mi habitación duele, hasta su aire
Esta enfermedad no es nueva, ya la habíamos padecido mi habitación y yo
Pero no creo que esta vez salgamos vivos de esta fiebre de desolación
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