Mayoría de edad 

Una sirena recién nacida del fondo de los mares

Ondea su nuevo vestidito de arena y sol

Como despidiéndose para siempre del azul;

El mar, sabiendo que volverá, 

Le besa los pies, que hace poco repiqueteaban 

Inquietos en  la playa dejando atrás graciosas 

Huellas en forma de aleta acorazonada, 

Y le susurra con el viento en sus oídos.

img_4057-1

En el día de ayer, transitando por una de las calles de nuestro país, vi a este ángel, porque no puedo encontrar otro calificativo, que ayudaba a la gente a cruzar la calle, dirigía el tránsito, sonreía constantemente a todos los que pasaban por su lado, ahí, a pleno sol del mediodía, por supuesto, sin recibir nada a cambio. Me detuve un momento, admirando aquel joven heroico, que con todas sus necesidades y condiciones especiales lo daba el todo por el todo en medio del caos que lo rodeaba. No pude hacer menos que parar mi vehículo, desmontarme y entre miradas curiosas, otras de interrogación y hasta de burla, proponerle a ese guardián misterioso hacerle una fotografía. Él accedió sin reparos, hablándome en un idioma que no entendía, y sonriendo todo el tiempo posó tranquilamente para el lente de mi IPhone. Luego de obsequiarlo con algunas papeletas de dinero y darle unas palmadas en su espalda mientras le decía algo como «gente como tú es que necesitamos en este país», me marché. Esta vez, las miradas eran de reconocimiento. Ya lejos, pensé en que no le pregunté su nombre. Entonces fue cuando decidí dedicarle estas palabras.

Quizás necesitamos de tu humildad para entendernos mejor.

Tu honradez para cumplir con nuestro deber sin hacer daño a nadie.

Tu inocencia para hacer aflorar la verdadera naturaleza humana que tenemos dentro.

Tu estoicismo para soportar las ofensas y la crítica cuando luchamos por nuestros derechos.

Tu tolerancia para soportar el chantaje, la corrupción y la impunidad.

Tu sonrisa franca para reírnos de esos que creen que nos están engañando.

Tu dignidad para recordar que todavía existen hombres y mujeres como tú, honorables, decentes, meritorios.

Tu sinceridad para no mentir.

Tu nobleza para enseñarles a los que la han perdido.

Tu decencia para hacer contrapeso a la inmoralidad.

Tu patriotismo, para que los que creen que no hay país, que se perdió todo, que nos jodimos, crean.

Tu valentía para levantarnos y reclamar lo que nos merecemos, para pelear por nuestros derechos, para denunciar, a pesar de que se rían de nosotros; para no cansarnos.

Tu ejemplo, para que en cada uno de nosotros habite un tú, un héroe anónimo, un guerrero audaz, un ángel guardián, un verdadero dominicano, que con una sonrisa como la tuya pintada en el rostro, así de humilde e inocente, así de sincero y noble, así de estoico, le diga a esos que nos están hundiendo, «prepárate, que ahora viene lo tuyo».

Pensándolo bien, él sí tiene nombre, él se llama, «Tú».

Corre huella antes que te borres!

20130202-144749.jpg

Corre huella
antes que te borres

Corre y hunde
tus sueños en la arena

Antes que
las tibias olas del tiempo te deshagan

No desesperes pero muévete

Porque cada día que pasa

Tu pisada se hace más ligera

No dudes de tu grandeza

Aunque no lo creas, eres distinta a todas las
demás

Sueña, despierta y vuelve a
soñar

Pero no dejes de grabar tu
marca indeleble

Si así lo haces,
cuando desaparezcas, todavía te seguirán

Tómate un café si quieres

Un baño de sol al atardecer

Con una buena huella amiga a tu lado

Y no olvides la botella de vino

Incluso puedes quedarte a dormir un lunes y
no ir al trabajo

Invita a tu
jefe

Cultiva el
desapego

Pero si acaso ambicionas
un convertible, mejor alquílalo

Ríe, llora, baila y de vez en cuando grita un
buen coño a los tres vientos

Medita, mira dentro de ti mismo

Ahí es donde reside la verdadera paz

Pero nunca olvides que eres una huella, una
hermosa y privilegiada

Si no,
mira detrás de ti

Corre huella
antes que te borres

Corre y hunde
tus sueños en la arena

Antes que
las tibias olas del tiempo te deshagan

Jazz y sal ahogados en un atardecer

Ensalada César con anchoas en mi tenedor

La yola de mis sueños tambaleándose sobre el bulevar carmesí

Mientras la loma Isabel se desnuda sobre el horizonte.

Ya no necesito reparar mi brújula oxidada

Fiebre de desolación

Mi habitación luce amarilla como la fiebre

Tiene escalofríos, tirita y delira rodeada de fantasmas y espejos

Sus paredes se cuartearon por la seca deshidratación

Nos hemos vuelto uno, mi habitación y yo, luego de esta lacerante fiebre de indiferencia

La puerta cerrada, no pasa nada ni nadie, por su angosta garganta inflamada

El suelo está inerte y pálido y amarillo, como mi piel

Nos estamos pisando constantemente para poder justificar el síntoma de la desafección

Ahora la comprendo, a mi habitación, siempre tan callada, fría y distante

Como anticipando el sufrimiento, esta fría fiebre de abulia

Los enseres petrificados sudando el mal

La amarilla luz de la mesita de noche tan apagada como mis ojos febriles

Aquella ventana, pedazo de verde, azul y salitre

Exhalando un vaho a cansancio, un fétido aliento a no hay amor

En el armario cuelga una famélica percha de alambre salado

Y en sus gavetas una solitaria pastilla de alcanfor usurpa el lugar de la fina lencería

Quién nos habrá contagiado este mal ocre?

La cama está empapada, pero no de ansias, de un sudor frío y apático, de hiel

Toda mi habitación duele, hasta su aire

Esta enfermedad no es nueva, ya la habíamos padecido mi habitación y yo

Pero no creo que esta vez salgamos vivos de esta fiebre de desolación

«I can see clearly now the rain is gone…»

Aquella tarde todo parecía normal en la calle 6 del ensache. El olor de los víveres en los calderos, lo hombres jugando dominó, los muchachos jugando al apara batea o maroteando en los patios ajenos, algún que otro perro cayéndole atrás a los motoconchos. Pero el viejo que vendía guineos en la esquina no se imaginaba la jugada que los tígueres del barrio le tenían preparada. Esa tardecita mandó como siempre a uno de los carajitos al colmado a buscarle un pachuché bien cargado de tabaco para fumárselo con la caída del sol. A esas horas del día a él no le importaba si le iba bien o no, si vendía todos los guineos o se quedaba con toda la mercancía, siempre terminaba fumándose su tabaco, tranquilo, observándolo todo desde el sillín de su triciclo, como un gurú urbano, contemplando el devenir de la cosas. Ese era su momento del día, el único instante de su penosa vida donde podía abstraerse de todo y sentirse libre. Cuando encendía el cigarro no pensaba en nada, no argumentaba, no lamentaba, no deseaba que la vida fuera distinta, solo existía. Pero ese día las cosas serían diferentes.

Cuando José encendió el cigarro no notó nada raro. En un principio. Lo que sí pasó por su mente era que el colmadero había cambiado de suplidor porque el tabaco se sentía de más calidad, más puro, más…más bueno de fumar. Los muchachos se habían agrupado en la esquina del frente, fisgoneando la escena, estudiando cada movimiento del viejo que ahora parecía haber entrado en su acostumbrado estado contemplativo. Los muchachos cuchicheaban entre si. El viejo los miraba de vuelta sin imaginar porqué lo escudriñaban de esa manera. Esos muchachos nunca se fijan en mí, qué coño será lo que miran hoy, a un viejo como yo, si a ellos lo que les interesa es su reguetón, la bailadera y toda esa mierda que tiene locos a los jóvenes de ahora. Coño pero que tabaco que está bueno!

Uno de los muchachos cruzó la calle mientras los otros lo animaban muertos de risa a llegar hasta el viejo. Déme un guineo José. Y dígame ¿cómo se siente? ¿Todo bien?

Porqué este muchacho del diablo quiere saber que cómo me siento? Como siempre, jodío.

El muchacho regreso al grupo y comentó algo que dejó a los demás incrédulos.

Este día está como bonito, a pesar del maldito calor que hace, es una bendición de Dios. Me dan ganas como de bailar, como cuando saqué a bailar a Rosa en las patronales de San Pedro allá por los años cincuenta, ese día fue cuando me le declaré. Juro que si me pusieran ese merengue de Joseíto me pararía ahora mismo a bailarlo, aunque Rosa se me haya ido. Que en paz descanses mi amor. Hasta ese reguetón me atrevería a bailarlo, después de todo no se oye tan mal, como que tiene su chulería. Me gustaría demostrarle a esos pariguayos cómo es que se baila, como es que se menea un hombre de verdad, y más en un día como este, con este atardecer tan hermoso, con los colores que tiene el sol detrás de esas nubes, nunca había visto un espectáculo de colores como este, es mágico, parece de mentira, como si los hubiera pintado Dios. La verdad que ‘ta bueno el reguetón este, a cualquiera se le quita hasta el dolor de rodilla con ese remeneo, quién habrá inventado esa vaina, coño que tabaco que está bueno, sabe a gloria, como todo en este mundo, nosotros porque vivimos empañados de la verdadera realidad, pero este mundito es una bendición, que si la política, que si la crisis, que si los delincuentes, que si los guineos se venden, que si los malditos cuartos, todo eso es pura mierda, sino mira a esos muchachos gozándose la vida, y a propósito, de qué será que se ríen, parece que han entendido como yo que la vida es una chulería, que hay que bailársela, sea un regetón del Daddy Yankee ese o un merengue de Joseíto Mateo, hay que gozársela hasta el final, pero de qué diablos es que esos tígueres del carajo se están riendo, que es lo que me miran, será por lo bien que estoy bailando en este día tan hermoso, con esos colores del sol, nunca había visto colores tan radiantes como los de hoy, es como si salieran de un cuento de hadas, y yo tan ligero, como si estuviera flotando, y esos colores, esos colores…

Yo estuve ahí ese día, yo lo vi, al viejo bailando el regetón, con su cigarro en la boca, y a los muchachos destornillados de la risa mientras lo veían gozándose al mundo, tripiándose la vida, si importar si se habían vendido los guineos, o si la vida estaba dura, o si la crisis, o si el diablo y su hermano, fumándose un cigarro cargado de marihuana que esos tiguerasos le prepararon cuando el carajito fue a comparlo al colmado, eso no lo sabía el viejo, no sabía que lo que tenía en la boca era tremendo tabaco de marihuana, como esos que se daban los rastas, un pachuché de todo el size, pero se nota que lo disfrutaba, que estaba gozando la vida por primera vez, sin tapujos, sin miedos y sin rencores. Me atrevo a decir que el viejo de los guineos de la esquina, fue plenamente feliz ese atardecer donde el sol le sonreía por primera vez en mucho tiempo.

Cada vez que veo la foto que le hice, justo antes de comenzar el bacilón en el barrio con la nota que se dio el viejo José, cuando el cigarro cargado de marihuana apenas comenzaba a surtir efecto, no puedo dejar de recordar la famosa canción de Jimmy Cliff. Y es que en realidad, mientras el viejo brincaba de felicidad y se desencajaba los huesos tratando de llevar el ritmo de aquél regetón, yo veía a José cantando en un perfecto inglés jamaiquino “I can see clearly now the rain is gone…”, como todo un rasta man.

By the way, gracias a la arrebatadora experiencia del viejo José, me enteré días después que el verdadero compositor de esa increíble canción no había sido Bob Marley, como pensaba. Pero lo importante aquí es que nos la gozamos toditos ese día. 

Una foto, una historia.

20120927-124454.jpg

Ella caminaba ausente y fría, como la brisa de invierno. Sus delgados brazos colgando como dos plomadas a ambos lados de sus pechos amoratados. El labio inferior todavía destilando espesas gotas de sangre, como hechas de ocre barro.
Los adeptos que salían de la misa del domingo cruzaban al otro lado de la acera para evitarla. La escrutaban de arriba a abajo mientras criticaban sus harapos rotos y sucios. Ella, mientras, continuaba seca y vacía como un pozo sin deseos, sus ojos fijos en la cruz de la iglesia, preguntándole al Dios de ellos, ¿porqué? Como si Él la escuchara.