“Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto”.
Su vientre había crecido grotescamente y se desparramaba por el suelo. Al intentar mover una de sus piernas se percató de que no tenía una, sino ocho extremidades. Se sentía absurdo. No podía colegir la realidad de su estado.
Es un castigo, pensó. Karma.
Mientras observaba con náuseas su cuerpo rastrero, cientos de imágenes de una lejana vida pasada, se sucedían confusamente en el minúsculo cerebro de invertebrado que ahora ostentaba.
Luego de algunas horas de angustia, de planteamientos moralistas, filosóficos y religiosos, concluyó con absoluta resignación, que esa era la reencarnación más justa que le había tocado.